Los antiguos taoístas decían que para el hombre, la sexualidad es como el fuego y para la mujer como el agua. El fuego, una vez entra en combustión, arde rápido; el agua, para llegar a la misma temperatura, necesita más tiempo. Esta metáfora me ayudó a entender nuestras diferencias en el ritmo. No respetarlas a menudo crea dificultades para disfrutar plenamente de la sexualidad.
La pornografía y los anuncios nos han despistado, ya que no reflejan situaciones reales de encuentro entre dos personas. Por desgracia, esta ha sido la información sexual más común.
Cuando acompaño tanto a hombres como a mujeres, veo con frecuencia cómo respetar el ritmo en la sexualidad nos da mucha vergüenza y pedir lo que necesitamos para disfrutar realmente.
Nos enfrentamos a dos heridas básicas: la posibilidad de ser rechazados, es decir, que a nuestro compañero/a no le gustemos por nuestra singularidad, o ser abandonados.
Mostrar nuestras necesidades en la sexualidad nos desafía a ser auténticos en el terreno más íntimo que compartimos: la apertura de nuestro cuerpo, lo que nos da placer. Por eso, la sexualidad consciente es un camino de crecimiento.
- Nos prepara para estar presentes y sensitivos, con una escucha propia.
- Tener el coraje de ir más allá de nuestro condicionamiento y heridas, hacia el placer.
- Potenciar nuestra sexualidad en función de los órganos sexuales masculinos o femeninos.
- Crear espacios de encuentro nutritivos que expandan la intimidad y el amor entre ambos.
Con amor, la convivencia y las responsabilidades son más sencillas y risueñas de llevar a cabo.
Cuando abrimos nuestro corazón a las necesidades propias y de los demás, nos convertimos en un equipo capaz de superar los obstáculos y crear la intimidad necesaria para que la sexualidad active el amor.